Casa de la Cultura.
Una dimensión de la ausencia que levantó de la nada una sede para la creación de los floridanos. Un producto del orgullo y la tenacidad de los trabajadores del Empleo Mínimo.
El edificio donde está radicada actualmente la Casa de la Cultura de la Municipalidad de La Florida tuvo su origen en una antiguo solar patronal en tierras que desde fines del siglo XIX pertenecían a la familia de Serafín Zamora. Y en los principios de los ochenta eran claramente distinguibles en esta edificación dos partes: una en estado muy ruinoso, construida posiblemente en las primeras décadas del siglo XX, y una ampliación posterior, en mejores condiciones, la que fue rehabilitada como sede de la primera Corporación Municipal de Educación. Los antecedentes para introducirnos al conocimiento de los orígenes de esta edificación los rescatamos en diversas fuentes. Una de ellas fue el arquitecto Alfonso Raposo, quien fuera uno de los profesionales que guiaron el proyecto.
En cuanto a la fase histórica, para saber y contar, es que conversamos con muchas personas que estuvieron en el proceso, que diseñaron planos o mezclaron tierras para las arcillas con las que se elaboraron las tejas; aquellos que aprendieron con los artesanos a hacer el adobe usando paja y barro en la cantidad exacta. Saber acerca del origen de este lugar nos interesa mucho más allá de los datos duros, siempre interesantes, porque una casa no es sólo una mole que se iza en el espacio para albergar proyectos y sueños que configurarán una posterior vivienda o repartición del Estado.
Ni mucho menos. Y quienes se inscriben en las distintas fases de esta elaboración humana suman esfuerzos y son parte de un acto de creación que implica amor y dignidad. Es así como vemos y vivimos esta Casa de la Cultura que es de todos y para todos, la que se ha convertido también, en mayo de 2009, en Centro Cultural de nuestra comuna, que incorporará a los haberes de este sitio el Teatro Municipal, con capacidad para quinientas personas.
Igualmente, este mismo año el Ministerio de la Vivienda hizo el traspaso definitivo de los terrenos a la Municipalidad para crear el actual Centro Cultural, el que en su primera etapa cuenta con
un anfiteatro con capacidad para 400 personas.
INGRESEMOS Y OBSERVEMOS...
Veinticuatro años de existencia tiene la sede, ubicada en la calle Serafín Zamora 6792. Es una construcción de apariencia joven que en sus cimientos alberga antiguas historias que se remontan a las tradiciones que arrancan de los orígenes del campo chileno. Son las casas de campo hechas con paredes de adobe y tejas de arcilla.
El lugar aledaño a la sede de la Corporación de Educación y Salud, COMUDEF, que albergaba la casa patronal original, contaba con un gran parque donde, entre otras especies, había camelias, buganvilias y jazmines, según una paisajista de la época que contribuyó al proceso de recuperación de esa gran área verde, faena que se hacía simultáneamente con las construcciones del lugar en recuperación.
La reconstrucción de la que fue la casa de servicio de las antiguas bodegas constituyó un desafío no menor puesto que el lugar era habitado por el abandono. Sus moradores eran pardas palomas, murciélagos, roedores. Las que fueron sólidas y resistentes paredes pensadas para abatir el paso del tiempo, habían caído por la ausencia de los techos de la casa de servicio que fue parte de un proyecto poderoso. Bodegas, pajonales, caballerizas yacían en el vacío y mostraban una carencia de destino.
Tal espacio era conocido como "la cochera", lugar de los servicios de la casa patronal.
En las apariencias -dice uno de los importantes ingenieros que integraron el proyecto de recuperación- esta parte inicial del diseño quedó inconclusa. Para el proyectista, la empresa de hacer la Casa de la Cultura fue como "levantar una pirámide hecha por esclavos".
En el acostumbrado humor negro chileno, los propios funcionarios se autodenominaban "egipcios", haciendo referencia a los trabajadores del Programa de Empleo Mínimo, arrancado de la crisis económica que se inició a principios de la década de los ochenta cuando se popularizó el tema "Muevan las Industrias", de la banda rock Los Prisioneros.
El Programa Ocupacional de Jefes de Hogar, POJH, en este caso, participó en esa empresa de reconstrucción. Los mismos municipales eran parte de este esquema.
La labor de las mujeres era confeccionar tejas, para lo que ocupaban sus muslos como moldes, unas musleras de madera y lata servían de apoyo. La arcilla, que absorbe gran cantidad de agua y la retiene, es fácilmente moldeable. Hubo problemas de salud como alergias al material, a la humedad y los compuestos formadores de la arcilla que enfermaron a las obreras. Se pasó entonces a elaborar estos elementos en moldes que se manipulaban en amplios mesones
Porque lo que hoy somos arranca de lo que oturrió y de lo que luimos parte, tanto en su gestación corno en su posterior construcción. Do allí esta mirada, desde la cual fluyen historias de vida que reflejan los tiempos en que esta obra se concibió y se concretó. Porque a fin de cuentas lo que se diseña, se erige, se modela, lo que se vive refleja una época en la vida de las naciones.
Chile estaba convulsionado y, en lo laboral, para muchos existían dramáticos problemas de desempleo. En el caso concreto de esta obra, levantada en un período de excepción, responde a formas de relacionamiento laboral que implicaron una alta cesantía y salarios más bajos de los mínimos. Se buscó dar trabajo a miles de personas. Era 1983 y comenzaban las obras de lo que sería la actual Casa de la Cultura, ahora Centro Cultural. Un equipo de trabajadores del Programa Ocupacional para Jefes de Hogar, POJH, concretaría el proyecto, que logró ser
finalizado dos años más tarde.
Bajo la dirección de los profesionales se hizo una verdadera recreación de las formas tradicionales de construcción, propias de la ruralidad de la zona central, que incluyó la producción del adobes para los muros y el material para la realización de los grandes tejares de las casas de campo chilenas.
Arquitectos e ingenieros, en tanto, se sumaron a un programa creado después del 73 puesto que habían perdido sus trabajos de origen. Era el PEP, Programa Especial de Profesionales, cuyas
inscripciones se recibían en la Intendencia de Santiago. Un número próximo a la veintena se integró de lleno a las faenas.
EL SALARIO DEL MIEDO.
El ambiente no era el mejor para crear pero se optó por pasar la mala racha con imaginación, proyectos y entereza. Los que dirigían eran profesionales y estaban ciertos que les había tocado
enfrentar una disyuntiva que asumieron como un desafío, y los que recuperan ese tiempo lo hacen con un tanto de emoción y otro poco de humor.
Llegó un momento en que en la comuna de La Florida eran doce mil ochocientos los trabajadores del Empleo Mínimo, entre hombres y mujeres, y se trataba de darle más sentido a lo que se hacía. Así, una parte importante de ese magro sueldo era impregnarle dignidad al trabajo incorporándole una serie de iniciativas.
Este fue el principio que inspiró a los que entonces laboraban en la municipalidad: se compró una chacra para hacer diversos cultivos, se organizaron talleres de telares, de tejidos y bordados, se enseñó la técnica de crianza de conejos angora.
Los profesionales, también marginados de trabajos habituales por los temas de las listas negras que les impedían seguir en sus labores acostumbradas -vetados por la dictadura-,incursionaron entonces ocupando esfuerzos e imaginación y así la inercia no marcó a los creativos ingenieros y arquitectos que buscaron en las tareas municipales un sentido para ellos mismos y para los trabajadores a su cargo.
Al igual que miles, los obreros y profesionales que vinieron a plegarse a esta obra floridana eran
personas que habían quedado cesantes producto de los cambios registrados en Chile a partir del golpe de Estado de 1973. Prevalecía un ambiente de necesidad y miedo. La disyuntiva fue
asumida como un desafío que se concretó en obras muy tangibles, pensadas en el beneficio de la comunidad y así se llegó a la determinación de recuperar la casa de servicio y convertirla en
un lugar para la cultura.
Una vez elaborado el proyecto, la mano de obra se remontó a los orígenes de lo artesanal. Los fondos de este trabajo inventado para desocupados se usaron para dar cuerpo a la construcción: se inició con la fabricación de adobes y tejas, para lo cual se construyó un pozo de amaceramiento del mortero del adobe.
Un animal, un noble caballo, era ocupado para las labores de apisonamiento de los materiales. Era un proceso donde coexistían experiencias y se agregaban fuerzas sacadas del coraje. Los
trabajadores recibían en ese entonces, 1984, salarios quincenales de mil quinientos pesos. Una historia aparte era verles en el barrio recibiendo dádivas de los vecinos: pan, té y cualquier aporte de alimento venía bien. Se le denominó, eufemísticamente, empleo disfrazado.
Esta es una obra proveniente del orgullo de trabajadores y profesionales que venció a la inercia.
En las jornadas se buscó dar un sentido a las rutinas diarias, donde creatividad y entrega se oponían al sometimiento a las condiciones laborales carentes de reglamentación. Los sindicatos, por decreto, habían dejado de funcionar. Empero, tal clima no impidió la sana creatividad porque
los hombres que ahí estaban tenían el ímpetu de seguir adelante. Esto queda demostrado cuando ellos mismos, los del POJH, ubican artesanos de Batuco con conocimientos de la tradición de hacer las labores diferentes, como la fabricación de los adobes.
A la vez, la paciencia y aún el rigor de los climas laborales no impidieron expresiones que audazmente reclamaron por el atropello. Se pagaba el jornal para quince días. Los vecinos, conscientes de lo que ocurría, apoyaban a los obreros pues sabían que no les alcanzaba para comer. El escaso dinero, en una oportunidad, no llegó a tiempo. Más que una anécdota, este hecho es el reflejo fidedigno de una época de la historia de Chile que retrata un ambiente que para un sector importante del país fue de abierta necesidad.
Es también la expresión del atropello y la protesta porque los trabajadores y trabajadoras del POJH al no recibir su escaso pago, necesitados y abiertamente indignados, decidieron
faenar el caballo y procedieron a comerlo. Los ingredientes de tan agrio festín quedaron en la retina y se desplazaron a la memoria de los que protagonizaron el suceso y que prefieren el
curso del anonimato para un día de furia.
Nunca aparecieron los huesos del sacrificado animal, y para los que conocen la trama o la protagonizaron, en este lugar habitará el misterio que nadie busca desentrañar.
En los días siguientes, la realidad reemplazó a la cólera. Hombres y mujeres se debieron sacar los zapatos y arremangarse los pantalones para reemplazar con sus fuerzas las del equino y
comenzar nuevamente la fase de amaceramiento para producir tejas y ladrillos. La ubicación de los huesos sigue siendo un misterio. En el lugar quedó el espado para el actual anfiteatro.
Era 1985, y construído el cincuenta por ciento de las obras, se entregaron a la comunidad.
Bibliografía: "La Florida, hechos y personas". Libro de Carmen Castro Montenegro 2010. Ejerció el periodismo por más de 20 años en Radio Cooperativa y en las agencias internacionales France Press y Associated Press. Merecedora del 1º Premio de DD.HH. conferido por la Comisión Chilena de DD.HH. en 1983. Una distinción, que paradojalmente, por las circunstancias de la vida del país, fue entregada dentro de la mayor privacidad y sigilo. En este libro, que relatamos un extracto, recupera vida y actividades de las personas y asi como hechos históricos de la Comuna de La Florida.
Fotografías: De los archivos de FyCCh., 1) Vista panorámica de la Casa de Cultura. 2) Casa de Cultura de izquierda a derecha: Pablo Neruda, Nicanor Parra y Gabriela Mistral, personajes en material plástico. 3) Figura de Pablo Neruda. 4) Figura de Gabriela Mistral.
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